Escribe: Carlos Iván Moreno Arellano.-
Para Moreno, Editor General de la Revista UNESCO, la nueva realidad de la tecnología y la IA advierte crisis en la relación entre trabajo, sentido de vida y dignidad. Tomado de milenio.com
Elegir carrera nunca ha sido un simple cálculo económico. Más allá de la “empleabilidad”, es una decisión existencial: define identidad y propósito. Durante décadas, el pacto implícito fue que esfuerzo y educación bastaban para construir un futuro sólido. Hoy, con la irrupción de la inteligencia artificial, ese pacto se ha roto.
Los datos lo ilustran con crudeza: en Estados Unidos, los egresados de programación —una de las profesiones más demandadas hace apenas unos años— enfrentan tasas de desempleo superiores al 6%, el doble de carreras tradicionalmente vistas como poco rentables, como Biología o Historia (ver lc.cx/KWMLTb). Los empleos que garantizaban estabilidad y sueldos de seis cifras se evaporaron en apenas dos años.
La explicación es clara: las empresas Big Tech han reemplazado los puestos de entrada con sistemas de IA capaces de realizar, en minutos, lo que antes hacían cientos de recién graduados, en semanas. Con ello no solo se cierran oportunidades laborales: se derrumba el horizonte de una generación que había construido sus proyectos alrededor de la promesa de la tecnología. Quienes soñaban con innovar desde Silicon Valley, hoy buscan empleo en cadenas de comida rápida.
El impacto es mucho más profundo que el desempleo. Lo que está en crisis es la relación entre trabajo, sentido de vida y dignidad. Este no es un problema exclusivo de países desarrollados. Muy pronto la ola nos alcanzará en México y en América Latina. La pregunta es ineludible: ¿están nuestras universidades y políticas educativas preparadas para enfrentar este escenario? La respuesta, si somos honestos, es no.
Actualizar planes de estudio no basta. Las universidades deben formar a los jóvenes para un mundo en el que la única certeza es la incertidumbre. Ello implica enseñarles a aprender, desaprender y reaprender. Formar capacidades de adaptación, creatividad, pensamiento crítico y, sobre todo, resiliencia ante cambios que abruman. Prepararlos no solo para tener un empleo, sino para sostener un proyecto de vida incluso en arenas movedizas.
El riesgo no es menor. Una sociedad en la que los jóvenes pierden la confianza en el futuro no enfrenta solo una crisis laboral, sino una crisis de esperanza. Y sin esperanza, no hay proyecto colectivo que sobreviva.
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