Regresemos de nuevo a la habitación 203 del Hotel Astoria, , donde el lobo feroz, luego de hacerle violentamente el amor a Caperucita, cae al piso.
Asustada y preocupada, Caperucita se lanza sobre el lobo, le quita la máscara y el traje y su sorpresa fue aterradora:
—Papá, papá… ¿Qué es esto?
El lobo, aun con las manos sobre el pecho, grita:
—Esperanza, por Dios… ¿qué haces aquí?… ¿Cómo diablos sucedió esto?… ¿Cómo es que andas vendiendo tu cuerpo como una vulgar vagabunda?
—¿Y tú qué haces engañando a mi madre…
—Tu madre y yo ya no tenemos nada; ella simplemente vive conmigo y no te atrevas a censurarme.
Dos sonoras cachetadas sacudieron el rostro de Esperanza, mientras el lobo se vistió y salió de la suite como un loco, maldiciendo y renegando.
Esperanza entre tanto quedó sumida en un mar de lágrimas…
* * * * *
Medianamente recuperada del impacto por haber tenido sexo con su propio padre, Esperanza abandona la suite y empieza a caminar sin rumbo. En la suite había quedado su traje de Caperucita y el del lobo. Mientras caminaba sus pensamientos se atropellaban en su mente:
—“Dios mío, qué hice? Tuve sexo con mi propio padre y esto es un castigo divino porque ni siquiera tenía necesidad de haberme convertido en una prostituta”.
Claro, tenía razón; su padre era un exitoso banquero y su madre trabajaba en una embajada en un alto cargo. Siempre había gozado de comodidades, lo había tenido todo, le costeaban una de las mejores universidades, le atendían y le otorgaban sus caprichos, viajes, diversiones, permisos, etc… Quizá el único pecado de sus padres no había sido educarla en los mejores colegios sino haberle permitido muchas cosas y tenerla prácticamente descuidada y sin el mayor afecto a que tiene derecho un hijo.
Por eso reconocía que sin ningún tipo de necesidad había caído en la School of Modeling, donde motivada por el dinero fácil había aceptado ser una joven prepago. Por eso su sentimiento de culpa era inmenso. Caminaba sin rumbo, pensando en todo:
—“No puedo volver a mi casa, no podría mirar a mi padre a los ojos, no podría aceptar que mi madre me mirara como una cualquiera y menos que me hubiera acostado con mi propio padre. No puedo volver a mi casa y que mis padres me perdonen. ¿Qué hago, Dios mío… qué hago?”.
Lloraba en silencio, recordaba a su padre tirado en el piso, como desmayado, sin sentido, y luego de haber saciado sus instintos. Cansada, terminó sentada en la banca de un parque, pero al poco tiempo el hambre y la garganta reseca, la llevaron a una pequeña taberna a tomar y a comer algo…
* * * * *
Esperanza se veía mal, desgarbada y mal presentada. Ella había salido de la suite muy apurada, sin desmaquillarse, sin arreglarse bien. Solo se había quitado la capa y se había puesto los pantys, pero seguía con los zapatos bajitos con que había actuado. Eso llamó la atención del joven que la atendió y que por respeto no le había dicho nada. Y más sorprendido quedó cuando Esperanza le pidió una botella de whisky, pero el joven simplemente se limitó a cumplir la orden. Sin embargo, presintiendo que ella esperaría a alguien, el joven le llevó dos vasos, a lo cual Esperanza le replicó:
—No quiero la compañía ni la compasión de nadie. He quedado sola y de aquí en adelante seguiré sola y moriré sola porque yo me busque esta maldita suerte…
—Perdóneme señorita; le traje dos vasos porque pensé que iba a esperar a alguien…
—No, no espero a nadie, solo espero que me trague la tierra.
—Está bien señorita, pero si necesita algo estaré pendiente…
—No, tranquilo, no necesito nada, me tomó esto y me voy…
—Como quiera, de nuevo le pido disculpas.
—Vaya siga en lo suyo, yo estoy bien.
Esperanza apuraba un trago tras otro como si quisiera perder el sentido, quedarse dormida y no saber nada del mundo.
Media hora le bastó para perder el sentido. Ya llevaba media botella de whisky puro y eso llamó de nuevo la atención del mesero que se le acercó diligente:
—Señorita, discúlpeme… ¿se siente bien?… ¿Quiere que le llame a alguien? Yo solo quisiera ayudarle…
Esperanza clavó la mirada en el rostro del joven; era una mirada turbia, como perdida y su voz sonaba guturalmente afectada por el efecto del alcohol:
—Oiga joven… ¿Yo entré aquí hablando en francés, en inglés o en chino?… ¿No ha querido entender que quiero estar sola, que no necesito de nadie y que estoy bien?… Yo me merezco esto. Sí, me merezco esto y mucho más… me quiero morir…
—Señorita, quiero ayudarla. Puedo llamarle un familiar, el novio, el esposo, al que usted quiera…
Esperanza se levantó de su silla trastabillando, enfocó con sus ojos extraviados al joven y le gritó al tiempo que lo empujaba:
—Mire pedazo de bobo, en este mundo nadie ayuda a nadie; a nadie le importa la suerte de los demás. Usted, pedazo de pendejo, está preocupado por la cuenta, pero yo le voy a pagar.
Rápidamente Esperanza toma su bolso, saca unos billetes y se los tira por la cara al mesero, pero en la acción Esperanza tumba la mesa y todo lo que había en ella, cayendo pesadamente al piso. El mesero quiere ayudarla a levantarse, pero Esperanza se resiste:
—Déjeme en paz; ahí está su dinero y el valor de sus cochinos vasos. Retírese ya.
Y el mesero se retira, pero pasa el informe a sus superiores que ya habían escuchado el escándalo. Estos dan conocimiento a la policía y a los pocos minutos aparecen los agentes a persuadirla de querer llevarla a la casa. No había duda, Esperanza estaba ebria y agresiva. Por eso trató mal a la policía y los agredió verbal y físicamente.
Ya no había duda, había que detenerla y ponerla a órdenes de la autoridad competente. Eso trataban de hacer los agentes, cuando una noticia prácticamente dejó despierta y sobria a Esperanza:
—“Atención, última hora, noticia en desarrollo… Como Ernesto Fandiño fue identificado el hombre que hace escasos minutos perdió el control de su camioneta para estrellarse finalmente contra un árbol a la orilla de la autopista… Según los primeros informes, el hombre, un reconocido y exitoso banquero de la ciudad, habría tenido una fuerte discusión en el seno de su hogar, con su esposa o de pronto con otra mujer con la cual estaría llevando una doble vida amorosa, toda vez que entre sus pertenencias se encontró el comprobante de pago de un hotel de la ciudad de donde al parecer el hombre había salido sin control mental. Las autoridades lo encontraron ya sin signos vitales. Seguiremos informando”.
Esperanza reaccionó, su fuerza se multiplicó al escuchar la noticia y los dos agentes que la estaban sometiendo fueron lanzados al piso mientras ella gritaba:
—Lo maté, Dios mío, lo maté.
De sus ojos salían lágrimas mezcladas con el fuego del dolor. La escena no podía ser más escalofriante, tanto que los agentes la soltaron: Esperanza se golpeaba la cabeza, se tiraba ella misma del pelo, lloraba y maldecía mientras repetía una y otra vez:
—Lo maté, lo maté, lo maté.
Uno de los agentes un poco consternado le pregunta:
—¿Conocía a ese hombre?
Esperanza no le bajaba a la agresividad; por el contrario, ya daba muestras de locura:
—Idiota, estúpido majadero de mierda, él era mi padre y yo lo maté, lo maté. ¿No entiende?
Sin entender mucho la situación, los agentes del orden terminan su procedimiento y conducen a Esperanza a una Estación de Policía para conocer más detalles, mientras ella se mostraba desesperada y no paraba de llorar…
* * * * *
Esta historia continuará…
N. de la R. Lo publicado anteriormente son fragmentos de la novela “El Imperio del terror” de Luis Hernando Granada C. y la historia está basada en hechos reales sobre diversas y crueles situaciones que han vivido muchas jovencitas que, motivadas por el deseo de convertirse en modelos, terminan en el mundo de la pornografía.
SOBRE LA OBRA: “El Imperio del terror” es una novela de 400 páginas, producto de 40 años de investigación que narra varias historias que dejan al descubierto las malas actuaciones y las aberraciones de brujos, parapsicólogos, pastores, médicos, políticos corruptos, casas de modelos falsas y otra serie de personajes siniestros, garantizando en la misma cero ficciones.
SOBRE EL AUTOR: Luis Hernando Granada C. es periodista, publicista y escritor con más de 50 años de experiencia, ex subdirector de la Revista El Congreso, ex Director y colaborador de varios medios de comunicación escritos, impresos y digitales. Autor además de los libros “¿Y cómo es la vuelta?” y “La gran farsa de la izquierda”; fundador y propietario de www.visiontolima.com y del blog https://literatosenlinea.blogspot.com/ y Gestor Cultural del Tolima.
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El peor error que cometió Natalia Fernández, –una de las cuatro principales protagonistas de esta obra– fue haber ido a visitar un parapsicólogo con la ilusión de solucionar su problema de amor. Eso la llevó a perder varios millones de pesos y a arriesgar su vida y su dignidad. Luis Hernando Granada plasma en esta obra más de un relato de estos engaños tan frecuentes hoy en día
