Escribe: Víctor H. Becerra*.-
Una Marcha de la ‘Generación Z’ se alza en contra de la “presidente” Sheinbaum y la violencia comunista en México. El modelo de la izquierda mexicana en el poder es nítido: es una anarcotiranía, armada, pero sin Estado de derecho, que arruina a su propio pueblo para preservarse a sí misma. (EFE)
Las protestas en contra del gobierno mexicano del sábado pasado 15 de noviembre, en Ciudad de México y en muchas otras ciudades del país, han llamado justificadamente la atención en buena parte del mundo. Aunque en la mayoría de los casos, se ha perdido el foco sobre qué piden los manifestantes. Así, en algunos casos se ha buscado establecer una línea de continuidad entre la protesta mexicana y el bajamar de la izquierda latinoamericana, ejemplificado en las victorias de Javier Milei en Argentina y previsiblemente, de José Antonio Kast en Chile. La verdad es que no es así: México es, y seguirá siendo durante mucho tiempo, por propia voluntad ciudadana y años de adoctrinamiento público, un buen ejemplo de adhesión sin fisuras al gobierno y de centralidad del estado.
La protesta fue convocada originalmente por grupos de la llamada Generación Z, bajo la bandera del manga japonés One Piece, inspirados en el éxito de la protesta nepalí de septiembre pasado, y que forma parte de un convulso movimiento juvenil desde las protestas en Birmania en 2021, Sri Lanka de 2022, Bangladesh y Kenia en 2024, y otros países (Corea de Sur, Irán, Macedonia del Norte, Tailandia, etc.). Como es dable esperar, fue una protesta poco orgánica, sin un proyecto definido ni demandas concretas ni un liderazgo visible e identificable, a la que se han sumado políticos y grupos ciudadanos, sin mucha representatividad, y muchos de ellos simples oportunistas y aventureros políticos, que no contribuyen realmente a darle un mejor perfil ni real sustento y que en cambio, facilitaron la desacreditación intentada por la presidenta Claudia Sheinbaum, al llamarla una protesta de “Derecha”, de “derecha” sólo en cuanto cualquiera que se oponga o critique a su gobierno es “conservador” y “derechista”, términos que Sheinbaum copió de su antecesor y mentor, Andrés Manuel López Obrador.
Aunque pueda existir entre algunos jóvenes convocantes de la llamada Generación Z cierto rechazo o repulsión al gobierno de izquierda encabezado por Claudia Sheinbaum, lo cierto es que su demanda fue nebulosamente dirigida a lograr que el Estado mexicano combatiera efectivamente y detuviera la extrema violencia que recorre al país, como producto de los carteles del crimen organizado y la lucha entre ellos por lograr cierta exclusividad en las regiones por donde efectúan el tránsito de su mercancía (drogas, migrantes, productos robados y actividades concomitantes: extorsión a empresarios, cobro de permisos, peajes y protección, etc.) hacia EE.UU., zonas donde han suplantado al Estado mexicano como verdadera autoridad. Su demanda fue potenciada después del asesinato del alcalde de la ciudad de Uruapan, Michoacán, Carlos Manzo, el pasado 1 de noviembre, que había venido exigiendo al gobierno de Sheinbaum un combate directo, sin “abrazos”, de los cárteles delictivos en esa rica zona agrícola y comercial, y que por tal exigencia (desechada, desoída y criticada por la presidenta Sheinbaum) había ganado una incipiente popularidad como el “Bukele mexicano”.
La protesta de este sábado 15 de noviembre se inscribe en ese contexto. No era una protesta dirigida específicamente contra el gobierno, y que bien pudo usarla éste para legitimar y dinamizar su lucha contra el crimen. Prefirió verla soberbia y erróneamente como un desafío político-partidista y una crítica a su poco exitosa estrategia contra el crimen y la violencia, una estrategia que al menos no avanza con la rapidez y los resultados que los ciudadanos quisieran, ante los incontables y diarios hechos de violencia inaudita e inseguridad pública que recorren al país.
Alguna razón le asiste a Sheinbaum para verla como un reproche directo a ella y su gestión: a casi 14 meses desde que tomó el poder, han sido una verdadera avalancha los escándalos de corrupción y negligencia en el gobierno de su antecesor (1918-2024) y son clamorosas las sospechas de involucramiento de él, su familia y sus correligionarios en gigantescos hechos delictivos: hay la seguridad entre muchos mexicanos de que una verdadera mafia se apoderó de la Presidencia mexicana desde 2018 y actuó de esa manera en consecuencia, incluso protegiendo a los carteles del crimen, a cambio de apoyo económico y logístico por parte de ellos. Y Sheinbaum en lugar de encabezar el reclamo de rendición de cuentas y procesamiento a los presuntos culpables, ha decidido defender, con megáfono en mano de sus conferencias diarias, una y otra vez a su antecesor y a sus cercanos y aliados, como agradecimiento por la operación política, financiera y electoral que comandó el propio López Obrador para llevarla al poder, en una real, auténtica y cada vez más verificable elección de Estado. Y también por su gran debilidad política en comparación a la enorme concentración de poder aún en manos de López Obrador, sus aliados y familiares.
En esas circunstancias resulta hasta normal, ver los esfuerzos de Sheinbaum y sus voceros oficiosos por desacreditar la marcha y a sus supuestos organizadores, y hasta las amenazas y la represión por parte de su gobierno a los asistentes, con francotiradores en los edificios públicos alrededor de la plaza del Zócalo en Ciudad de México, y hasta infiltrados y provocadores (hay videos de cómo estos grupos, conocidos como el Bloque Negro, salen detrás de las vallas policiacas y comienzan a agredir a asistentes y policías, y que aparecen regularmente en eventos contrarios al oficialismo, para agredir y saquear), presuntamente financiados por su gobierno y partidos, para legitimar la represión oficial por parte de policías y soldados. Provocadores que también aparecieron en otras ciudades con marchas, como Guadalajara y Morelia.
Desde los oscuros años de la represión mortal del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz en 1968 y de Luis Echeverría el jueves de corpus de 1971, ningún otro gobierno se había atrevido a reprimir una marcha pacífica de jóvenes, ¡y eso que Sheinbaum se dice “hija del 68”! Pero lo que vemos en México hoy es en buena parte, un retrato de algo diagnosticado por el escritor y columnista estadounidense conservador Sam Francis, ya fallecido (en 2005), bajo el concepto de Anarcotiranía, que diagnosticaba la proclividad gubernamental en ese país de regular minuciosa y duramente la vida de las personas normales y pacíficas, mientras se deja a los delincuentes actuar con casi total impunidad y a su arbitrio, sin un gobierno que aplique efectivamente las leyes. Así, el Estado utiliza su poder para vigilar y castigar a ciudadanos inocentes y respetuosos de la ley, mientras es no quiere o es incapaz de protegerlos y de hacer cumplir el orden básico que él mismo se emitió.
¿En México podemos usar también dicho diagnóstico de Anarcotiranía? En buena medida sí, mutatis mutandis. Tanto por la impunidad que el gobierno de Sheinbaum permite a los grupos criminales, sobre todo si puede extraer algún beneficio por parte de ellos, mientras deja en la mayor indefensión a ciudadanos pacíficos, productivos y respetuosos de la ley. Y también en cuanto a las reacciones iniciales de Claudia Sheinbaum tras el asesinato de Carlos Manzo y su continua y mentirosa imputación de violencia a los asistentes. El gobierno de Sheinbaum comprueba así que como todas las instituciones depredadoras o parasitarias, su primer instinto es el de la autoconservación y la protección de sus apoyos y sustentos y que sus esfuerzos están dirigidos, en primer lugar, a preservar su permanencia y a aumentar su propio poder y ampliar el alcance de su actividad, por encima de las funciones básicas que se suponen propias y legítimas de todo gobierno.
Vemos cómo todas las acciones de Sheinbaum y su gobierno y su partido MORENA se dirigen al propósito de mantener la división de la sociedad entre una clase política parasitaria y por la otra, ciudadanos dependientes sin propiedad segura ni garantías, es decir: simplemente un esquema de gobierno con fines criminales, que arruina a su propia ciudadanía para preservarse a sí mismo, aumentar su propio poder y ampliar su autoridad. El modelo de la izquierda mexicana en el poder es nítido: es una anarcotiranía, armada pero sin Estado de Derecho, que arruina a su propio pueblo para preservarse a sí misma, aumentar y concentrar su poder y autoridad y la de sus adictos.
Frente a ese modelo, ¿marchas como la de la Generación Z pueden ofrecer una resistencia? No realmente, más allá del innegable valor testimonial y de exhibir a Sheinbaum y a su mentor y correligionarios. No sólo por su falta de estrategia y discurso, y su poca conexión con los jóvenes mexicanos y sus preocupaciones más concretas e inmediatas; también por desgracia, a que las leyes mexicanas crean un monopolio casi exclusivo del poder para partidos reconocidos. Cualquier solución efectiva pasa necesariamente a través de ellos, pero su desprestigio y pasmo actuales no permiten avizorar una reacción pronta o efectiva por parte de ellos y sus dirigentes. Las elecciones federales intermedias de 2017 son allí el horizonte.
O bien intentar la opción planteada por el profesor Arturo Damm de un movimiento de resistencia al pago de impuestos, como respuesta a un Estado que no sólo incumple su función más básica, sino que además se alía con los criminales y facilita sus acciones delictivas frente a ciudadanos indefensos. Porque de lo contrario, el horizonte será tarde o temprano un enfrentamiento directo por el poder último entre el Estado de anarcotiranía y el narcoestado sustituto que han estado erigiendo los cárteles mexicanos, y donde a opción para los ciudadanos que hoy no actúan valientemente en la dirección de exhibir y librar a la sociedad mexicana de los criminales legales o informales, será rendirse sin condiciones y someterse a uno u otro grupo de delincuentes.
* Víctor H. Becerra, Presidente del Think tank México Libertario y del Partido Libertario Mx (en proceso). Es miembro del board de la Alianza Internacional de Partidos Libertarios y ha fundado un gran número de organizaciones liberales en México y América Latina desde el año 2003. Participa regularmente en diversos medios.
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