Escribe: Roderick Navarro*.-
En última instancia, la Gran Colombia de Petro no lo salvará ni a él ni a Maduro, porque son dos locos, genocidas y dictadores comunistas y el pueblo está despertando ante la realidad.
La propuesta de revivir la Gran Colombia no es más que un eco nostálgico de ideales del siglo XIX, torpemente adaptados al XXI, para encubrir los fracasos guerrilleros.
Recientemente, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, lanzó a la opinión pública su propuesta de reunificar los territorios de la Gran Colombia. Lo hace en medio de crecientes tensiones entre Estados Unidos y Venezuela con el fin de adoptar una postura beligerante y capitalizar políticamente la situación para favorecer a su candidato a la presidencia, Iván Cepeda, señalado por la oposición de tener vínculos con las farc.
Petro descalifica la propuesta de reunificación. Así como Nicolás Maduro explota el tema del Esequibo para avivar el nacionalismo, generando antipatías regionales que perjudican a Venezuela y benefician a Guyana, la idea de una “Colombia bolivariana” despierta rechazos innecesarios en la región.
Es cierto que Colombia y Venezuela comparten historia, cultura y destino geopolítico únicos en América. Sin embargo, Petro busca incendiar el discurso para mantener vivo el bolivarianismo y justificarlo en el contexto del proceso histórico actual.
No es más que una treta propagandística: un discurso inflamado contra el “imperialismo” estadounidense, exacerbado por las accione del presidente Donald Trump contra narcolanchas en el Caribe y el Pacífico. Petro invoca el sueño bolivariano para resucitar el bolivarianismo guerrillero que lo formó en el M-19 y readaptarlo a la arena electoral. Es la resurrección de un fantasma ideológico: la alianza de exguerrilleros y líderes chavistas bajo la bandera de Simón Bolívar, carente de sustancia moral o práctica.
La inviabilidad de esta idea es evidente. Colombia encara elecciones presidenciales en 2026, y Petro no podrá eludirlas con retórica grandilocuente. Su mandato concluye en agosto de ese año, y cualquier avance forzoso hacia la “reunificación” chocaría con la institucionalidad democrática. La Constitución de 1991, con su énfasis en la soberanía nacional y la separación de poderes, erige un dique infranqueable. Un Congreso dividido y opositor bloquearía cualquier cesión territorial o integración supranacional, mientras el Consejo de Estado y la Corte Constitucional declararían inconstitucionales tales pasos.
¿Qué ganaría el chavismo? Maduro, asfixiado por sanciones y crisis económica, vería en la Gran Colombia un salvavidas ilusorio. Pero la realidad es implacable: una integración económica demandaría reformas masivas, imposibles sin estabilidad interna. Colombia, con su PIB per cápita superior y apertura global, no se subordinaría a un proyecto que apesta a socialismo del siglo XXI fallido. Países como Ecuador y Panamá, también herederos de la Gran Colombia, rechazarían cualquier resurgimiento que ignore sus fronteras consolidadas y alianzas con Occidente.
Petro lo sabe. Su llamado atropellado no pretende acción, sino distracción. En vísperas electorales, desviar la atención de la inseguridad fronteriza y el estancamiento de la “paz total” hacia un enemigo externo, el “águila” imperial, es una maniobra clásica de la izquierda latinoamericana. Fomenta un nacionalismo chovinista, divide a la sociedad y polariza el debate, beneficiando solo a los ultras de su movimiento. Iván Cepeda perpetuaría una utopía revolucionaria de promesas vacías y privilegios para criminales.
En última instancia, la Gran Colombia de Petro no lo salvará ni a él ni a Maduro. Es un eco nostálgico de ideales del siglo XIX, torpemente adaptados al XXI, para encubrir los fracasos guerrilleros.
La reunificación hispánica de los pueblos americanos es un proceso histórico que exige lo mejor de nuestras sociedades: debates sobre comercio, libertad de tránsito, sistemas jurídicos y educativos alineados con valores culturales compartidos, y una conciencia de nuestra grandeza geopolítica, con visión común en seguridad y defensa. El chavismo y los grupos guerrilleros son el principal obstáculo, pues promueven crimen y esclavitud, sometiendo a nuestros pueblos a imperios ajenos.
Como en Venezuela se lucha por acabar con el chavismo, en Colombia la sociedad combate al gobierno más inepto de su historia. Compartimos males hoy, pero una vez que los tiranos salgan del poder, forjaremos un destino colombo-venezolano de grandeza, libertad, prosperidad y paz.
* Roderick Navarro es político venezolano exiliado en Brasil desde 2017 por una orden de arresto del régimen de Nicolás Maduro. Estudia Ciencias Políticas en la Universidad Cruzeiro do Sul y se especializa en Marketing de Performance en la EBAC. Se ha dedicado a la divulgación de la realidad de Venezuela en el extranjero y a sumar esfuerzos en defensa de la vida, la Libertad, la propiedad, la Hispanidad y la Fe en la región.
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