Escribe: Javier Sánchez Glez*.-
Donald Trump convirtió la Asamblea General de la ONU en un mitin porque entendió que la diplomacia ya no ordena el mundo. Quizá nadie lo haga.
El discurso de Trump en la ONU mostró, en esencia, una verdad incómoda: los problemas del mundo no los va a resolver Estados Unidos. Ni la ONU, ni probablemente ningún actor aislado.
El discurso de Donald Trump en Naciones Unidas (ONU) este 23 de septiembre fue, en apariencia, un acto de política exterior. Pero en realidad fue otra cosa: un mitin de campaña, un espectáculo personal y una exhibición de poder simbólico. En la sede de la diplomacia mundial, Trump fue la persona menos diplomática del planeta.
No habló al mundo. No habló a los gobiernos. Ni siquiera habló a la comunidad internacional. Trump habló a su electorado, a esa base que lo sigue en Estados Unidos y también a los simpatizantes que, en otras latitudes, lo veneran como showman global. Su estrategia comunicativa fue transparente: no buscaba convencer a los líderes presentes en la sala, sino alimentar la identidad de quienes lo respaldan.
El hombre de negocios en la ONU
Trump no habló como político. Habló como lo que siempre ha sido: un hombre de negocios. Su narrativa no gira en torno a proyectos diplomáticos ni acuerdos multilaterales, sino a cálculos de costo-beneficio, amenazas y oportunidades. La política internacional, en su discurso, no es cooperación ni diplomacia: es negocio y entretenimiento.
Ese es su sello. Trump se ríe de todo y de todos porque sabe que nadie lo contradice de manera efectiva, y lo hace en la ONU como lo hace en un mitin en Iowa. La diferencia es que aquí el público eran los líderes del mundo. Pero el mensaje, en el fondo, no cambió: Estados Unidos no está para resolver problemas globales, está para aprovecharlos.
Un mitin disfrazado de cumbre internacional
Sus palabras contra la ONU, contra Europa, contra la solución de dos Estados en Palestina y hasta su mención de derribar aviones rusos, no son planteamientos estratégicos, sino provocaciones calculadas. No hay una política internacional sólida detrás, sino una lógica de espectáculo: el ruido como método, la burla como marca, la provocación como capital político.
Trump parte de la premisa de que la ONU no sirve para nada. Desde ahí, se permite reírse del foro y usarlo como escenario para lo suyo: un discurso incendiario, cargado de exageraciones y metáforas apocalípticas, que busca movilizar a su base interna más que ordenar la agenda global.
Política exterior como entretenimiento
En última instancia, el discurso de Trump en la ONU revela su visión de la política internacional: no como espacio de cooperación ni como foro de legitimidad, sino como recurso para reforzar su narrativa interna. La ONU no le interesa como institución, le interesa como escenario. La política exterior no es para él un campo de gestión, sino un espectáculo útil para entretener a su base y, llegado el caso, para hacer negocios.
Conclusión
El discurso de Trump en la ONU mostró, en esencia, una verdad incómoda: los problemas del mundo no los va a resolver Estados Unidos. Ni la ONU, ni probablemente ningún actor aislado. El sistema internacional atraviesa una etapa en la que las potencias usan la política exterior más como espejo interno que como proyecto común.
Trump convirtió la Asamblea General de la ONU en un mitin porque entendió que la diplomacia ya no ordena el mundo. Quizá nadie lo haga. Y ahí está la paradoja: no es solo una cuestión de estilo personal, sino el síntoma de una época en la que el liderazgo global se fragmenta y cada nación vuelve a hablar, antes que nada, para sí misma.
* Javier Sánchez Glez, Politólogo y consultor internacional de comunicación política.
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