Escribe: Luis Alejandro Ibarra.-
Alguien dijo muy acertadamente, que la “esclavitud no se ha acabado; lo que pasa es que ahora la disfrazan con una nómina”. Y tenía razón, porque me atrevería a decir que solo un 10% de los trabajadores colombianos, a excepción de los que pertenecen al gobierno, reciben incluso más de lo justo. Congresistas, funcionarios públicos y otras alimañas, que poco trabajan, reciben ostentosas sumas por concepto de su “trabajo”.
Lo anterior quiere decir, que las “reformas” que se hacen, solo les sirven a los empresarios. Y me refiero concretamente y en esta oportunidad, a la reforma laboral.
La explotación a todo nivel es visible para el ciudadano de a pie, más no para las autoridades. Y paradójicamente, los que más explotan son las empresas más sospechosas, en cuanto a los servicios que ofrecen. Y como dicen que “para la muestra un botón”, recopiié varios botones:
Aquellos que trabajan como meseras o meseros, son humillados, porque en muchas partes no tienen un sueldo mínimo. Los contratan como “supernumerarios”, es decir, sin contrato. Dentro de lo que logré investigar, hay sitios donde estos trabajadores tienen que entrar a las 6:00 .am.; comienzan por hacerle aseo al establecimiento, deben pelar papa y ayudar a preparar las viandas; luego deben atender las mesas, y en un sitio donde hay ocho, diez o más mesas, estas están a cargo de un solo mesero/mesera. Les pagan entre $20.000 y $30.000 diarios, no tiene subsidio de transporte y el único beneficio adicional es que les regalan las sobras, dizque “para que se las lleven a sus hijitos” o “para que se las den a su perrito”. Y lo triste es que como la mayoría son madres solteras, reciben con agrado dichas sobras. Para rematar, no tiene derecho a prestaciones sociales, servicio de salud y desde luego nada de pensión, pero la necesidad tiene cara de perro. ¿Quién controla esto? ¿Ante las oficinas de trabajo, que empleado o trabajar gana un pleito?
Si hablamos de los vigilantes, la mayoría de empresas de vigilancia le cobra a las empresas o entidades que solicitan sus servicios, por cada “guarda” entre seis y doce millones de pesos mensuales, pero al vigilante solo le pagan un mínimo y debe cubrir turnos de hasta 12 horas. Los más “calificados” para estos “empleos” son los recién egresados del ejército y deben tener conocimientos de defensa personal y manejo de armas. En algunas de estas empresas, el uniforme corre por cuenta del trabajador.
Ahora bien, tenga o no entrenamiento militar, la empresa los obliga a tomar unos “cursos” de actualización por lo general trimestralmente, pero dichos “cursos” valen entre 200.000 y 300.000 pesos. Estos “cursos” son obligatorios, o sea que lo que estas empresas buscan son agentes con la capacidad del Super agente 86 o los conocimientos sobre inteligencia de James Bond.
En Colombia hay una “Ley”, la 1920 de 2018, conocida como la “Ley del Vigilante”, dizque para “mejorar” las condiciones laborales y la protección del personal de vigilancia y seguridad privada, que entre otras cosas, prohíbe los turnos superiores a ocho horas y establece la obligatoriedad del seguro de vida colectivo para los vigilantes, a los cuales solo se les permite hasta cuatro horas extras diarias adicionales a la jornada laboral ordinaria, y como única prebenda, cuenta con la designación del 26 de noviembre como el Día Nacional del Vigilante, un día que obviamente es un canto a la bandera. “Y ojo pelao”, porque si a ese vigilante le roban algo, debe responder por dicha pérdida, cuando es la empresa de vigilancia la que se compromete en su contrato, a resarcir las pérdidas ante la empresa contratante.
¿Y quién vigila y protege a los llamados guardas, si incluso hay empresas de vigilancia que con artimañas hacen firmar hojas en blanco para poder robarles sus prestaciones sociales? Siempre me he preguntado para qué sirven las Oficinas del trabajo, el mismo Ministerio de Trabajo y hasta el Congreso de la República y los entes de control que no revisan estas anómalas situaciones.
Hablemos ahora de los desmanes en el área de la salud: So pretexto de que el Ministerio de Salud no le cumple económicamente a hospitales, clínicas, EPS e IPS, los trabajadores de la salud, incluyendo médicos y especialistas y sus derechos son vulnerados, dándole paso a la explotación.
Hay médicos que no alcanzan a ganar ni siquiera cinco millones de pesos al mes, y de ellos tienen que pagar su seguridad social y sus aportes a pensión. Sin embargo lo más grave está a nivel de enfermeras.
De cerca conozco el caso de una joven que estudió tres años para recibirse como Enfermera, pero viendo que el sueldo no pasaba del mínimo en dinero y el máximo en humillaciones, optó por seguir adelante con sus estudios; luego de cinco años se recibió como profesional en Terapia Ocupacional y Seguridad Industrial, pero cuando quiso ejercer como tal, se encontró con el truco de varias empresas: los “cursos”; unos de altura, otros de seguridad y lo simpático, increíble y ridículo en este país es que estos curos tienen valores muy altos que en la mayoría de los casos, el interesado no puede cancelar.
¿Conclusión? Luego de más de diez años de haberse recibido, aun no ha podido ubicarse en la profesión que estudió; se ha limitado entonces a transitar por el área de la salud, pero igual, con el sueldo mínimo y las humillaciones de rigor. La pregunta es: ¿Si terminó a satisfacción su carrera, por qué debe hacer “cursos” adicionales, que no propiamente son de actualización?
Tengo otro “botón” en el área de la Salud: Algunas jóvenes se preparan como Fisioterapeutas y al querer ingresar a la vida laboral se encuentran con verdaderas aberraciones: Hay IPS que le facturan a las EPS y estas al Estado, hasta $80.000 por una terapia, pero al o a la profesional, solo le cancelan $13.000 o máximo $18.000 por cada terapia a domicilio. Esto en el caso de las terapias a domicilio, porque si el oficio lo desempeñan en otro sitio, clínica o IPS, deben realizar mínimo de 15 a 20 terapias al día como mínimo y por el mínimo.
Pero bueno; el titular de esta nota se refiere a los supermillonarios explotadores y este último “botón” se refiere a las casas de apuestas: En negocio es “redondito” porque ahora que todo es digitalizado, es muy difícil que un jugador acierte y gane. Rara vez las loterías entregan un premio; las ruedas fiché como en los casinos y demás sitios de juego, están acomodadas a favor de los dueños.
Las posibilidades de ganar oscilan entre uno por cada 5´000.000 de jugadores. Es obvio, nadie monta un negocio para perder y realmente, aparte de ser congresista, político o narcotraficante, uno de los negocios más rentables es el las casa de apuestas. Por eso mi pregunta es: ¿Si son negocios tan rentables, por qué humillan al trabajador?
Para no ir muy lejos, hay empresas de estas donde a duras penas les pagan el mínimo a sus vendedores o llamadas “chanceras”. Y normalmente, en el área de las ventas, en una empresa que se respete, debe haber una comisión adicional como incentivo a su esfuerzo.
De otra parte, se supone que son contratadas para vender chance, pero en muchos casos este personal es obligado a vender billetes de loterías y rfifas de toda índole. Y lo que es peor es que si a una de estas chicas les entregan diez billetes de equis lotería, deben venderlas, so pena de que el valor de estos billetes les sea cobrados abusivamente y descontados de su pírrico sueldo.
Anteriormente en una de estas empresas, les concedían ciertas prebendas, como por ejemplo, celebrarle el Día de la familia, entregarle un “regalito” de Navidad de $2.000 a los hijos de la chancera.
Hace unos años, la papelería a estas vendedoras se les entregaba en su oficina (un garaje incluso sin baño ni lavamanos), pero hoy tienen que ir hasta la oficina principal para que les entreguen la dichosa papelería.
Y ahora lo peor es que la empresa está promocionando el juego digital y esto afecta a estas vendedoras que por lo general también son madres cabeza de familia. Realmente todo lo anterior constituye un crimen de lesa humanidad, porque como lo dije inicialmente, estas empresas de juegos de azar se enriquecen de la manera más fácil y sencilla, aprovechando que en Colombia, como dice un amigo “las leyes y las mujeres se hicieron para violarlas”.
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El peor error que cometió Natalia Fernández, –una de las cuatro principales protagonistas de esta obra– fue haber ido a visitar un parapsicólogo con la ilusión de solucionar su problema de amor. Eso la llevó a perder varios millones de pesos y a arriesgar su vida y su dignidad. Luis Hernando Granada plasma en esta obra más de un relato de estos engaños tan frecuentes hoy en día
