No podemos resignarnos a ser un país de tercer mundo. Ni Venezuela ni América Latina están condenadas. Hay que levantar la cabeza, pensar en grande y construir el país potencia que siempre merecimos ser. (EFE/ Juan Ignacio Roncoroni)
Es momento de ponernos la mano en el corazón. El pasado no se puede cambiar, pero el futuro sí nos pertenece. Venezuela debe sentirse en cada latido, en cada paso hacia la libertad. A pesar de la adversidad, debemos seguir luchando.
Han sido 26 años sumergidos en el dolor de vivir bajo una tiranía cruel, mafiosa, sanguinaria y socialista. Un sistema de control total, opresor de ideas, libertades y dignidad humana.
En la década de los 70, Venezuela era más rica que países como Brasil, Argentina, México y Colombia, a pesar de que todos ellos tenían mayor población. Incluso competíamos en desarrollo con muchas naciones europeas. Pero todo eso se esfumó con la llegada del llamado “socialismo del siglo XXI” a finales de los años 90.
Hoy somos un país irreconocible. Si le preguntaras a un venezolano de aquella época si imaginaba que viviríamos algo así, diría que era impensable.
La devastación es total. Las cifras apenas muestran una fracción del desastre. En estos años, más de 15.000 personas han sido presas políticas, y más de 1.000 siguen detenidas o bajo medidas restrictivas, sometidas a tratos crueles e inhumanos. No son números: son vidas rotas, historias marcadas para siempre.
Más de 30.000 heridos, al menos 400 asesinados en protestas pacíficas, y millones de exiliados en el éxodo más grande de América Latina y el segundo más grande del mundo, solo superado por Siria.
Quienes se van no lo hacen por gusto, sino por necesidad. No es solo valentía; es dolor, es desgarro emocional. Dejar tu tierra, tu historia, tus afectos, y empezar de cero en otro país, es uno de los actos más difíciles que puede vivir un ser humano.
Y mientras eso pasa, el tiempo no se detiene. Lo que se pierde no se recupera. Una generación entera vio truncada su juventud por culpa de un régimen que antepuso el poder a cualquier otra cosa.
Se estima que más de 19.000 ejecuciones extrajudiciales ocurrieron solo entre 2016 y 2020, según organizaciones como Provea y el Observatorio Venezolano de la Violencia. Además, más de 500.000 venezolanos han sido víctimas directas de la violencia.
La destrucción también alcanzó la propiedad privada. Más de 3 millones de hectáreas fueron confiscadas, eliminando por completo uno de los pilares de la libertad individual: el derecho a poseer.
La inseguridad jurídica, la destrucción institucional y el colapso económico provocaron una caída del PIB superior al 80% desde 2013, una cifra comparable a países en guerra. Y ni hablar de quienes perdieron a sus seres queridos por hambre o falta de medicinas. La impotencia ante lo inevitable es una de las heridas más profundas que deja este modelo.
Nos han quitado tanto que reconstruir a Venezuela tomará décadas. Por eso es urgente sacarlos del poder e iniciar la reconstrucción nacional ya.
Duele profundamente haber perdido nuestra juventud sin poder vivirla en nuestra tierra, como sí lo hicieron nuestros padres. Duele ver cómo se derrumbaron nuestros sueños. Perdimos lo más valioso: el tiempo, nuestras vidas.
El socialismo ha sido odio, división, resentimiento y ruina. Es una doctrina que demoniza la prosperidad y glorifica la miseria. Y eso debemos dejarlo atrás.
Es momento de ponernos la mano en el corazón. El pasado no se puede cambiar, pero el futuro sí nos pertenece. Venezuela debe sentirse en cada latido, en cada paso hacia la libertad. A pesar de la adversidad, debemos seguir luchando.
Todo lo que hemos vivido se queda corto en palabras. Tanta maldad no puede quedar impune. Han cometido crímenes de lesa humanidad, y además arruinaron la vida de más de 30 millones de venezolanos. Nos arrebataron la oportunidad histórica de ser la gran nación que prometíamos ser.
No pueden quedar impunes las muertes de nuestros jóvenes en protestas. Muchos de ellos nacieron bajo dictadura y murieron luchando por una libertad que nunca llegaron a conocer.
No puede quedar impune la tortura, el exilio forzado, el encarcelamiento por pensar distinto.
Y no puede quedar impune el tiempo que perdimos y que jamás volverá. Esto no se trata de venganza. Se trata de justicia. Justicia para que nunca más un pueblo viva lo que nosotros hemos vivido. Para que el mundo entienda —como lo entendió con la Alemania nazi— que hay crímenes que no deben repetirse jamás.
Yo sueño con una Venezuela libre, próspera, admirada. No más compasión, no más caridad internacional. Queremos respeto, queremos ser ejemplo. Venezuela lo tiene todo. Nuestros recursos naturales son abundantes, pero lo más valioso es el talento humano que ha resistido, creado, luchado y sobrevivido. Pasamos de la miseria a ser una tierra próspera y desarrollada, y lo podemos volver a hacer.
No podemos resignarnos a ser un país de tercer mundo. Ni Venezuela ni América Latina están condenadas. Hay que levantar la cabeza, pensar en grande y construir el país potencia que siempre merecimos ser.
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