Escribe: Steven Horwitz*.-
Un poco más de modestia y un poco menos de arrogancia podrían abrir a más académicos a la superioridad comunicativa del mercado. Imagen Flickr.
Las personas que crearon la idea de la democracia deliberativa son en gran medida académicos que, quizás no por casualidad, se especializan en el uso del lenguaje para persuadir a los demás.
He empezado el año leyendo un libro maravilloso titulado Robust Political Economy, del economista político liberal clásico Mark Pennington. Aunque solo llevo la mitad, lo recomiendo encarecidamente a cualquiera que busque un enfoque integral de los problemas políticos. Pennington sostiene que cualquier conjunto de instituciones sociales debe ser “robusto” (es decir, “capaz de funcionar bien”) bajo los supuestos más duros posibles sobre el conocimiento y las motivaciones de las personas. Es poco probable que las instituciones basadas en el supuesto de que las personas tienen un conocimiento bastante completo o intenciones en gran medida altruistas funcionen bien en el mundo real, donde los individuos son en gran medida ignorantes y egoístas. Las instituciones robustas son aquellas que funcionan en esas condiciones.
Pennington reúne muy bien una gran cantidad de material familiar y, lo que es más importante, aplica esta perspectiva de “economía política robusta” a los argumentos planteados por los críticos del liberalismo clásico. Uno de estos grupos es el de los que están a favor de diversas formas de la llamada “democracia deliberativa”. Estos críticos sostienen que el mercado privilegia a las personas más ricas en la forma en que asigna los recursos y clasifica los deseos o necesidades. Los demócratas deliberativos están a favor de un sistema en el que estos asuntos se decidan mediante la conversación entre todas las personas (independientemente de su riqueza), ya sea directamente o a través de representantes. Los demócratas deliberativos sostienen que esto daría más cabida a las voces minoritarias y animaría a la gente a tomarse más en serio las opiniones de aquellos con los que no están de acuerdo.
Ganadores y perdedores
Como señala Pennington, un problema importante de este argumento es que los procesos democráticos que terminan en una votación significan necesariamente que algunas opiniones ganan y otras pierden. Compáralo con los mercados, que pueden satisfacer los gustos de casi todo el mundo, incluso si una demanda concreta es bastante pequeña. Si te encantan las versiones de música lounge de canciones de heavy metal, tus posibilidades de persuadir verbalmente a otros para que voten por ese tipo de música son escasas. En cambio, el mercado no requiere persuasión verbal, sino simplemente la voluntad de pagar si nos gusta algo y la capacidad de marcharnos (o “salir”) si no nos gusta.
Comprender la importancia de la persuasión verbal es clave para ver el verdadero defecto de la democracia deliberativa: el sistema tiene que asumir que todo el conocimiento relevante para la toma de decisiones sociales puede ser articulado. Pero, ¿pueden los consumidores y los productores articular siempre lo que quieren y la mejor manera de hacerlo? ¿Cómo pueden los productores potenciales de atención sanitaria articular exactamente qué tipo de insumos sería mejor utilizar, o qué tipo de atención sanitaria producir y cómo producirla, aparte del mercado y sus precios?
Como han argumentado Mises, Hayek y otros economistas austriacos, una de las grandes ventajas de los mercados es que no nos exigen ser capaces de articular lo que queremos o por qué pensamos que un bien es más útil que otro. Todo lo que tenemos que hacer es actuar eligiendo una cosa en lugar de otra. A menudo no sabemos si preferiríamos un bien u otro hasta que nos enfrentamos a la elección concreta. Nuestras acciones transmiten, a través del sistema de precios y otras instituciones, nuestras valoraciones comparativas y contextuales. La democracia deliberativa adolece de lo que Hayek llamó la “pretensión de conocimiento”, o la falsa creencia de que sabemos mucho más de la economía y la sociedad en su conjunto de lo que realmente sabemos.
¿Un juego amañado?
Fíjate en quiénes saldrían ganando con la democracia deliberativa: aquellos con una ventaja comparativa a la hora de persuadir a los demás utilizando palabras y números. Sería una tiranía de los elocuentes y los sofisticados retóricamente. Pennington señala hábilmente que si los demócratas deliberativos piensan que está bien que aquellos que fueron más capaces de persuadir a otros en deliberaciones anteriores tengan más poder en las futuras, ¿por qué no está bien que los empresarios que se enriquecen persuadiendo más eficazmente a otros para que compren sus productos tengan más poder económico en el futuro?
Las personas que crearon la idea de la democracia deliberativa son en gran medida académicos que, quizás no por casualidad, se especializan en el uso del lenguaje para persuadir a los demás. Solo los académicos podrían inventar este tipo de propuesta porque están tan centrados en esa forma de persuasión que son ciegos al uso que hace el mercado del sistema de precios para hacer que el conocimiento inarticulado sea socialmente utilizable y al poder comunicativo de la salida.
El verdadero fracaso de la democracia deliberativa es que es un reflejo de la tendencia de los académicos a privilegiar su propio mundo de razón, retórica y conocimiento articulado, incluso cuando critican los privilegios supuestamente inmerecidos de los demás. Un poco más de modestia y un poco menos de arrogancia podrían abrir a más académicos a la superioridad comunicativa del mercado.
Este artículo apareció originalmente en la Fundación para la Educación Económica.
* Steven Horwitz fue Catedrático Distinguido de Libre Empresa en el Departamento de Economía de la Ball State University.
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