Escribe: Oriana Rivas*.-
La primera temporada entra de lleno en temas que serían polémicos para los defensores de grupos ideológicos. (X)
El punto de partida son los elogios que Samantha Jones (Kim Cattrall) lanza al actual candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos, Donald Trump pero en general, ver a las cuatro amigas en estos tiempos es comprobar que no pasarían los filtros de la ideología de raza y de género.
A veces la oferta de todas las plataformas de streaming resulta agobiante para quien termina el día y solo quiere ver televisión. En uno de esos dilemas, me dispuse no seguir escroleando y revisitar “Sex and The City”, la icónica serie estrenada en el año 1998 sobre cuatro amigas que buscan sobrevivir en Nueva York entre aventuras amorosas y sus profesiones.
La conexión con Carrie Bradshaw, Samantha Jones, Miranda Hobbes y Charlotte York, fue al revés en mi caso. Primero fue con las dos películas (2008 y 2010) y luego decidí ver la serie, hace ya varios años. Pero su estreno en Netflix la puso de nuevo sobre la mesa para un público que nunca la había visto por temas generacionales.
Sex and The City se estrenó en la plataforma en abril pasado y en un contexto social completamente diferente, donde la cultura de la cancelación arropa todo lo que no es “políticamente correcto” según una moda que fuerza la igualdad de género y de raza. Ver a las cuatro amigas en estos tiempos es comprobar que no pasarían los filtros de esa agenda.
El cameo de Trump y la “falsa” homosexualidad de Miranda
Los capítulos iniciales de la primera temporada tocan varios temas que estarían cancelados, eso pensaría quien tiene la capacidad de discernimiento suficiente para entender que públicamente hay cosas de las que no se “debería” hablar.
El punto de partida son los elogios que Samantha Jones (Kim Cattrall) lanza al ahora candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos. Ella habla de Mr. Big (el interés amoroso de Carrie) y lo describe como el como el “próximo Donald Trump”. Hoy, esa parte habría sido borrada del guion por artimañas demócratas, para no opacar a su candidata Kamala Harris.
Un artículo de New York Post incluye la mención a la temporada 3, cuando Carrie rompe con su novio porque es bisexual. “Ni siquiera estoy segura de que exista la bisexualidad. Creo que es solo una escala en el camino a Gay Town”, les dice a sus amigas. Miranda, la misma que finge ser lesbiana en otro de los episodios, responde que la bisexualidad es “codiciosa”.
Fue justamente el artículo del medio estadounidense el que despertó mi curiosidad de volver a ver Sex and The City. A medida que pasaba por sus capítulos, comprobé que en efecto, tiene razón. Tampoco habría sido transmitido el segmento cuando Samantha se queja de “pagar una fortuna para vivir en un barrio que está de moda durante el día y lleno de travestis por la noche”.
Anotarse en la agenda progresista
De todas formas, Sex and The City terminó sucumbiendo a la agenda progresista con su regreso bajo el nombre de “And Just Like That…”. Autenticidad es lo que más falta en los diálogos y en los personajes, rendidos a la ideología de género bajo la creencia de que eso atrae rating.
Tal como lo calificó The Telegraph, es “tediosamente progresista e innecesariamente perversa”. A Carrie, la llaman “representante de las mujeres cisgénero” en un podcast que dirige “una diva mexicano-irlandesa queer y no binaria” llamada Che Díaz. Segmentos como esos sobran. La conclusión es que una parte importante de la cultura pop no existiría si en sus inicios hubiera estado supeditada a lo que hoy es “políticamente correcto”.
* Oriana Rivas, Periodista venezolana radicada en Buenos Aires. Investigación para las fuentes de política y economía. Especialista en plataformas digitales y redes sociales.