Escribe: Jeffrey Kihien.-
Thomas Matthew Crooks, adoctrinado en las escuelas progresistas del sistema de educación de EE.UU., se convirtió en asesino al intentar matar a Donald Trump, hiriéndolo junto con otra persona, y matando a un hombre de 50 años. (EFE)
Es en este ambiente perverso, creado por el cientifismo ateo del gobierno “woke” de Joe Biden y el comunismo corporativo, que Thomas Matthew Crooks formó su personalidad de adolescente.
El movimiento MAGA –Make America Great Again– (Hacer a EE. UU. Grande Nuevamente) se formó específicamente para quebrar la corrupción política oligárquica dentro del Partido Republicano. Es un movimiento de bases, de trabajadores de manufactura, agricultores, madres de familia, cristianos y, de la clase media, que observan como los Estados Unidos se suicida con el veneno entregado por las elites políticas de ambos partidos, que sirven a intereses del comunismo corporativo que financian sus campañas políticas y los mantienen en el poder.
Con Bill Clinton, la globalización elitista se impuso. La manufactura en Estados Unidos fue cerrada y trasladada a países con costos de producción menores y sin restricciones de gobierno, pero los productos manufacturados regresaban al país. Las ganancias para las corporaciones eran demasiado atractivas para no subirse en el barco y llevar las fábricas a China, mientras que la presión tributaria y las restricciones contra la pequeña y mediana empresa dentro de EE. UU. crecen constantemente. Los reclamos de MAGA eran válidos y buscaron un candidato que los representara. Donald Trump, millonario de la industria de la construcción, famoso por el show El Aprendiz fue el personaje que aceptó la invitación y el reto de enfrentarse a las elites políticas y económicas globales.
Aún antes de confirmar su participación en las primarias de 2015, Trump era el más atacado por la prensa corporativa y toda la oligarquía política. Un civil, un mortal, un plebeyo millonario que no pertenecía al hermético club de la oligarquía democrática que irrumpía con un discurso incendiario. Con facilidad ganó las primarias republicanas compitiendo con el clan Bush, al cual ridiculizó en público. Era un fenómeno político que se alimentaba de los ataques de la oligarquía política.
En 2016 compitió contra la candidata demócrata Hillary Clinton, derrotándola, algo que no se esperaba, ya que todas las encuestadoras, menos una, la daban como ganadora segura de la Presidencia de los Estados Unidos. Presa de su arrogancia, la señora Clinton imaginó que el pueblo americano, históricamente tradicional y conservador cristiano, olvidaría la inmoralidad de su esposo Bill, el mismo que inició la globalización para las megacorporaciones.
La señora Clinton nunca aceptó su derrota en las urnas, mucho menos la oligarquía de la democracia global, y desde antes de que Trump se juramentara como presidente, iniciaron una feroz campaña para fabricarle un golpe de Estado blando, con la historia de la interferencia rusa en las elecciones, produciendo falsas pruebas como ha quedado comprobado. Lo más grave de este juicio político, el primero de dos, fue la colaboración de las agencias de gobierno para fabricar la mentira. El Estado profundo, le llamaba Trump, el cual existe. Prueba de ello es que, en Washington, D.C., la nominación republicana la ganó Nikki Haley. Los republicanos funcionarios de gobierno y contratistas del Estado votaron por ella. También le llaman el pantano. El segundo juicio político fue por la supuesta insurrección del 6 de enero de 2021, esta vez Trump fue acusado de provocarla. Ambos juicios políticos no pasaron en el Senado, que los archivó.
El mismo día de la toma de posesión de Donald Trump en 2016 apareció un grupo de sediciosos vestidos de negro que se dedicó a atacar y destruir propiedad pública y privada. Se hacían llamar Antifa, ideológicamente marxistas, actuaron con impunidad, no les sucedió nada, y continúan activos financiados por donaciones de los súper ricos. Al mismo tiempo se normalizó el llamado a la violencia contra los simpatizantes de Trump. Lideres políticos lo hacían constantemente, Hillary Clinton los llamaba deplorables. Otros los llamaban locos, fanáticos, ultraderechistas, fanáticos religiosos, neonazis, fascistas, racistas, en constante llamado a la violencia.
A pesar de toda la campaña global contra el movimiento MAGA y contra Trump, el gobierno tenía bastante éxito y apoyo popular. Había mucho trabajo, la gasolina costaba menos de dos dólares el galón, no hubo inflación ni guerras. La reelección de Trump para su segundo periodo estaba más que asegurada, a menos que sucediera algo muy extraño en el planeta. Y sucedió algo extraño, en 2019 se asomó el Covid con una campaña de miedo global, luego apareció el tenebroso doctor Anthony Fauci decretando medidas draconianas sin sentido, pues el Covid-19 se cura en 99,99% de los casos, paralizando la economía y prohibiendo que los humanos interactuaran y se abrazaran. Seis pies de separación ordenaron Fauci, “porque yo soy la ciencia” y cierran todos los negocios que no son esenciales y las escuelas.
En reciente interrogatorio en el Congreso, Fauci negó que haya ordenado el uso de máscaras y la separación de seis pies. Como Fauci prohibió la vida en comunidad, se ordenó el voto por correo masivo y universal. Todos los ciudadanos americanos recibieron cédula de votación por correo, un papel sin nombre, que no se firma, fácilmente duplicable en una fotocopiadora. Origen de la actual crisis política. Y en medio de las prohibiciones para reunirse, apareció otro grupo sedicioso marxista, Black Lives Matter (BLM), que aterrorizó a varias ciudades en los Estados Unidos. Washington, D.C., fue destruida. BLM es responsable directo de más de veinte asesinatos. La ciudad de Seattle la destruyeron, y todo aquel que se les enfrentaba para proteger su vida o propiedad era acusado por fiscales del Estado profundo, financiados por los supermillonarios globalistas. Todo Estados Unidos estaba encerrado, menos BLM, porque Fauci les concedió permiso. Protestar no transmite el virus, lo dijo la ciencia. En este ambiente Trump gobernó con éxito total.
Los mensajes subliminales y directos para matar a Donald Trump son constantes. Hay que detener a Trump porque es racista, misógino, nazi, amenaza para la democracia, no es abortero, es religioso, amenaza la libertad, es agente ruso, odia el planeta, es violador, sedicioso, bocón, odia a los homosexuales y transexuales. Todo este discurso de odio, repetido las veinticuatro horas del día por la media corporativa y por los maestros en las escuelas y universidades, tiene que afectar el comportamiento de muchos jóvenes, que sufrieron muchísimo con las órdenes de Fauci, pues les cortaron su vida social escolar. La paralización de las clases ocasionó miles de muertos por sobredosis, suicidio, depresión, deserción escolar, y en medio de toda esta crisis, el currículo enseñaba que Trump es malo, y que el sexo es una construcción del patriarcado, consiguientemente, un hombre puede ser mujer y viceversa, o ambos, o ninguno. Basta con desearlo, mutilarse, inyectarse hormonas, y ya todo está hecho, el sexo está cambiado.
Es en este ambiente perverso, creado por el cientifismo ateo del gobierno “woke” de Joe Biden y el comunismo corporativo que Thomas Matthew Crooks formó su personalidad de adolescente, la etapa más precaria del varón, la más importante para dar el paso a la adultez. Durante la adolescencia los varones estamos solos. Thomas Matthew Crooks, de veinte años, adoctrinado en las escuelas progresistas del sistema de educación de los Estados Unidos, controlado por los sindicatos de maestros, asiduos contribuyentes del Partido Demócrata, se convirtió en asesino el 13 de julio de 2024, día de la Virgen de Fátima, al intentar matar a Donald Trump haciendo tres disparos, hiriéndolo junto con otra persona, y matando a un hombre de 50 años que con su familia asistía al mitin. Una tragedia que terminó también con la vida del propio Thomas.
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