Escribe: Alejandrito “mijo”.-
Definitivamente caray, la generosidad de nuestro director no tiene límites y de nuevo me invitó a “disfrutar” de la versión No. 50 del Festival Folclórico que año tras año se realiza en Ibagué.
Pero ala, viejitos, me invadió la tristeza, y cuando hablo de “atentados”, me refiero a las agresiones, que no solo sus organizadores sino los comerciantes, están llevando a una fiesta tradicional, catalogada como “Patrimonio artístico y cultural de la nación”, que se celebra en tierras de los aguerridos pijaos, prácticamente a su extinción.
Ala, los abusos, el desorden, la falta de una organización ejemplar y hasta la imposición de la música de zombis en las emisoras y sitios supuestamente turísticos, van marcando el fin de unas fiestas, porque a cambio de pasillos, rajaleñas, bambucos, torbellinos y otros ritmos autóctonos, en las emisoras, restaurantes y almacenes, se escucha la música actual, sin sentido, sin ritmo, propia de la nueva “degeneración musical” catalogada como los muertos vivientes o zombis.
Para tratar de ir en orden, debo empezar por el transporte que conduce de Bogotá, mi tierra, a Ibagué, por una vía por la cual no se necesitaba más de tres horas; hoy en día, por el estado crítico en que la actual administración nacional tiene la Panamericana, se puede demorar hasta cinco y seis horas en vehículo particular y hasta siete en flota, con el agravante de que, caray, si se atreve a tomarse un tinto en la Terminal, tendría que pagar hasta $2.500 y por una gaseosa pequeña, $5.000, o $4.000 por una empanada. Si debe tomar un taxi, el conductor hábilmente y de forma disimulada, trata de investigar si es extraño y procede a darle vueltas por la ciudad para cobrarle más por el servicio. No hay derecho, caray!!!
Otra cosa, caray: las tarifas de los hoteles estaban por las nubes y el que llegue con pocos recursos, o se resigna a pagar un motel o residencia barata o a dormir en el banco de un parque.
Pero ala, siempre he sostenido que Ibagué crece, pero no se desarrolla; un ejemplo de ello es que hubo una época en que el sector del barrio El Salado, fue declarado como “el pueblito tolimense”. Hoy ese “pueblito” fue sepultado por el caos vial, las torres de los conjuntos residenciales y los acaparadores. Lo peor es que en la zona de alimentos, ya un tamal vale $12.000 y un “platico” de lechona entre $15.000 y $20.000. Pero sin ser extremista, dentro del tamal podría encontrar elementos como tomate y pimentón, destacando que, en algunos sitios, la lechona puede haber sido preparada con arroz y hasta papa picada. Y esto sucede, ala, porque no hay control de calidad y cada cual hace lo que se le da la gana. Además, porque siempre que nos sentamos en un sitio de estos, pedimos, consumimos y solo al final preguntamos cuánto debemos. Por eso pasa lo que pasa, mi rey.
Si hablamos de eventos, horarios y organización, la tristeza crece. Nunca los desfiles cumplen con los horarios señalados, la Policía no cumple con sus funciones ni de orientación al turista ni de apoyo a los discapacitados; los vendedores informales se mezclan entre las danzas y delegaciones y todo es un “revuelto” inexplicable. Inexplicable porque no hay una logística acertada. Y como si fuera poco, los ladrones hacen de las suyas, la contaminación ambiental es producida no solo por los almacenes sino por los vendedores de memorias, CDs y demás. Y algo que me dolió mi rey, es que en seis meses de nueva administración tanto departamental como municipal, no hubo la más mínima preocupación por recuperar la Concha Acústica Garzón y Collazos ni el sonido del emblemático Teatro Tolima.
Pero mi rey, si uno entra al Facebook tanto de la Gobernación como de la Alcaldía, parece que la máxima preocupación tanto de la Gobernadora como de la Alcaldesa, es figurar en todas las fotos publicadas, en una clara demostración de narcisismo por parte de las mandatarias o de “lambonería” de los chicos de la prensa.
En fin, mi rey, el Festival Folclórico Colombiano, parece que va pasando a la historia en medio de la desidia administrativa.