Escribe: Luis Beltrán Guerra*.-
El panorama para “la redención democrática” por la vía de los procesos
de participación no es tan útil como el entusiasmo de quienes la proclaman.
En el contexto real no puede dudarse de que en las últimas décadas sé ha planteado como imprevisible “el eficientizar a los gobiernos” en aras de: 1. Una libertad real y 2. Una igualdad social lo más sincera posible, problemática que, si se es sincero, ha estado presente a lo largo de los siglos.
Es difícil negar la apreciación de que no andamos bien con los gobiernos, cuando pudiéramos estar mejor. Las dolencias, como persona enferma, para algunos “laberintitis”. Se lee que el mercedario Alonso Remón escribió en el siglo XVII un tratado político para describir un juguete simbólico organizado mediante ruedas de conceptos que explican visualmente el funcionamiento del estado a los gobernantes y señores que, precisamente, por las ocupaciones de su cargo, no disponen de tiempo para leer los voluminosos estudios escritos por tratadistas. Las políticas adelantadas, en consecuencia, erróneas. Y para otros la enfermedad sería “el plebiscitum”, utilizado en la antigua Roma a fin de designar decisiones tomadas por la plebe.
En el contexto de los menos optimistas se ha caído prácticamente en “el anarquismo” ante la debacle, dado el desencanto, no únicamente con los gobiernos mismos, sino, también, con las metodologías que ofrecen y que suelen calificarse como “programas”. Se lee que unos cuantos países se encuentran bajo la amenaza de la anarquía desde muchos puntos de vista. El primero, una vez enterrada aparentemente una posibilidad de diálogo real entre gobierno y oposición, nos encontramos en el escenario que pretende conducirnos al desmantelamiento de los poderes estatuidos y a las denuncias relativas a la deslegitimación de los gobiernos y de los restantes poderes. La decepción es tan aguda que no es exagerado hablar de “repúblicas en tentativa”. El proceso ha sido largo y en lo que respecta a América Latina y a otros continentes a raíz de pretender alejarse del remoquete de “colonias”, derivadas de la asunción por parte de los conquistadores como propietarios de tierras descubiertas y sin dueños. Atmósfera ésta en la cual se cuestiona hasta la existencia misma del Estado, en procura de mayor libertad por quienes somos sus moradores.
Es por ello, precisamente, por lo que cabe preguntarse ¿Estaremos cercanos al anarquismo o ya lo padecemos? Se lee que no deja de ser una pregunta pertinente, ya que sobran las voces relativas a la supresión del poder gubernativo en aras de una presunta libertad individual, lo más absoluta posible.
No deja de sostenerse que “los individuos son los mejores jueces de sus propios intereses y que la intervención del Estado sólo contribuye a distorsionar sus decisiones”. Consecuencialmente, el rol del gobierno, como lo alega Milton Friedman, ha de estar limitado a mantener: 1. La ley y el orden, 2. Estable la moneda y los precios, y 3. Proteger la propiedad de los individuos. Concluyéndose en que lo contrario generaría alteraciones, por supuesto, contraproducentes tanto en el mercado y como con respecto a los propios ciudadanos.
No se exagera si manifestamos que muy pocas naciones escapan de la imperatividad de definir una tipología de gobierno eficiente.
En lo relativo a Venezuela, “la república bolivariana”, como la define la Carta Fundamental de 1999, ha girado durante los últimos 25 años en una conflictividad, no únicamente en lo interno, sino también en lo que respecta al resto de los países. La iniciativa, para los profesores Carlos Mascareño y Egom Montecinos, de “una democracia participativa”, a la cual se le llamó, también, “revolucionaria y socialista” Acudiendo a la academia observamos que a “la participación” se le concibe “como acto que busca redimir a la sociedad de las deficiencias de la representación política, cuyas vituperadas instituciones son casi condenadas al rincón de los recuerdos en las democracias latinoamericanas”. Y que esa aproximación ha penetrado en la conciencia colectiva de nuestras sociedades. Evidencia de que la popularidad de “la democracia participativa”, indudable, incesante y creciente, termina siendo vinculada al malestar ciudadano con “la democracia representativa”. Así, agregan los académicos, se espera resolver cada crítica a la representación con “la participación”. Se trata de enfrentar un prontuario anti-representación, sin percatarse de que la opción participacioncita también posee un límite, en el afán de resolver las desigualdades sociales, y lo más grave, en nombre de ella (la participación) se fortalecen procesos de fragmentación atentatorios contra la posibilidad de crear referentes comunes y colectivos.
De allí que el panorama para “la redención democrática” por la vía de los procesos de participación no es tan útil como el entusiasmo de quienes la proclaman (Democracia participativa vs Representación. Tensiones en América Latina, Universidad de los Lagos y CENDES).
En el contexto real no puede dudarse de que en las últimas décadas sé ha planteado como imprevisible “el eficientizar a los gobiernos” en aras de: 1. Una libertad real y 2. Una igualdad social lo más sincera posible, problemática que, si se es sincero, ha estado presente a lo largo de los siglos y prácticamente desde la misma hechura de la propia humanidad.
En los ejemplos de hoy han de citarse los dilemas de Javier Milei en Argentina, de Gabriel Boric en Chile, de Gustavo Petro en Colombia y de Lula da Silva en Brasil. Mención particular ha de hacerse con respecto a “el bolivarianismo de Hugo Chávez y de sus sucesores”, así como al recién presidente electo de Panamá, para “the media” persona de derecha. El conflicto entre las democracias eficientes y las opuestas está cada día más latente. Sin dudas.
El caso de Venezuela, de donde somos, no deja de ser emblemático. Una “democracia pactada” con fuente en el denominado “Pacto de Punto Fijo”, de 1958, cuya reiteración se produce años después mediante “el Acuerdo de Amplia Base” ante una república ya sacudida por la injerencia “mal denominada revolucionaria” de la Cuba de Fidel Castro y el Che Guevara, documento que retroalimentó el sistema político, hasta su tropiezo con el llamado “socialismo del Siglo XXI”, todavía en el ejercicio del poder y a la espera del veredicto popular en elecciones presidenciales convocadas para julio del 2024.
Será factible que superemos la crisis y el vaciamiento de la política, el colapso de la Democracia y el derrumbe de la esfera pública, planteamiento que formula Luigi Ferrajoli, profesor de Teoría General del Derecho en la Universidad de Roma. Lograrán los países con dificultades adosarse en las reglas del exsenador italiano Norberto Bobbio, en su obra Teoría General de la política, a saber: 1. Todos los ciudadanos tienen el derecho al voto, 2. El voto debe tener el mismo peso, 3. Todos los que gocen de derechos políticos serán libres de votar, 4. Deben ser libres de elegir en condiciones diversas, 5. Ha de valer la regla de la mayoría numérica y 6. Ninguna decisión de la mayoría debe limitar los derechos de las minorías (Luis Salazar Carrión, ¿Democracia o posdemocracia, México). Coulin Crouch, prestigioso sociólogo británico, trata, asimismo, a la posdemocracia como probable ruta, enfatizando en la determinante influencia de las crisis sociales, cuya solución lleva inserta el sistema político. Reconoce que es innegable “una escalada masiva de actos desestabilizadores”, pero se pregunta, también, “si seremos capaces de contrarrestar bastantemente los planes lucrativos del capital globalizado, como para sentar a sus representantes en la mesa de negociaciones, determinando si logramos detener los males que realmente nos aquejan, entre ellos, la brutal diferencia entre ricos y pobres. Pero, también, la esclavitud infantil, la polución que destruye a la atmosfera y el despilfarro en el uso de los recursos naturales no renovables”. Concluye el sociólogo afirmando que se trata de cuestiones que constituyen los mayores desafíos para la salud de la democracia contemporánea.
No es atrevido afirmar que la gente, cansada de promesas incumplidas, demanda soluciones concretas. En lo que respecta a América Latina, se trata de un deseo que ha estado presente a lo largo de su historia. Mucho se ha recorrido y en determinados países se plantea, inclusive, empezar por el aspecto institucional, lo cual nos lleva a pensar que en la gente se palpa hasta la necesidad de acondicionar al propio Estado para la tarea reformadora, tema con respecto al cual resulta loable la lectura del libro de Gerardo Fernández “La Búsqueda de un Nuevo Sistema de Gobierno para Venezuela”, con la particular mención, por demás, interesante, “Del presidencialismo Exacerbado Autocrático, inestable e Ineficaz a un Sistema Semipresidencial”. Un texto definitivamente importante para el presente y futuro de Venezuela y otros países de América Latina. Dios quiera que pueda gritarse “Manos a la obra” y que realmente la máxima se haga realidad. Una Venezuela próspera, ¿será probable? No perder la fe. Pero recordemos que desde Cristóbal Mendoza hasta Nicolas Maduro hemos tenido tres decenas de presidentes, incluyendo a Simón Bolívar, José Antonio Páez, José María Vargas, Antonio Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, Rómulo Gallegos, Marcos Pérez Jiménez, Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera Campins y Jaime Lusinchi. Pero, que también, leemos: “Venezuela desde su independencia en 1811 ha tenido formalmente 25 constituciones, si incluimos nuestra Acta de Independencia de 5 de julio de 1811 y la Constitución de la Gran Colombia de 1821. A las Actas de Independencia usualmente no se les califica como constituciones, sin embargo, en puridad de teoría, en nuestro caso si lo es, pues es la que nos constituye como pueblo independiente, es nuestra voluntad y decisión política original como pueblo, manifestada aun antes de que la independencia fuera realidad y como tal decisión es el fundamento de todas las otras constituciones, que la presuponen como base de toda su normativa” (Gustavo Planchart Manrique, Manuel Caballero, Marianela Ponce, Manuel Pérez Vila, Nikita Harwich, Fundación Empresas Polar). Esta última una manifestación de optimismo que Dios quiera mantengamos en el presente y devenir de la Patria.
* Luis Beltrán Guerra, Doctor en Derecho (Harvard University) – Profesor de Derecho Administrativo
Fundador (Partner) Luis Beltrán Guerra G. Asociados